Inmaculada Pérez Martín
Investigadora científica, ILC-CSIC
En celebración del 8 de marzo de 2024
En la Edad Media, las mujeres no solían desempeñar tareas profesionales; hacerlo implicaba relacionarse libremente con clientes y proveedores y sin duda esa libertad de movimientos atentaba contra los principios de una sociedad patriarcal. Sin embargo, esta afirmación, que es válida en lo que respecta al conjunto de las sociedades cristianas, occidentales y orientales, no siempre se justifica: en economías precarias como las medievales nadie podía evitar que se impusiera la necesidad y las mujeres trabajaran en la producción y venta de todo tipo de bienes. Por otra parte, cuando en el ámbito familiar se realizaba una actividad artesanal, el padre podía transmitir a su hija los conocimientos necesarios para desempeñarla.
En grupos sociales más privilegiados, algunas mujeres músicas, poetas o pintoras consiguieron que su arte superara las barreras de la convención y llegara al público. Las mujeres aristócratas pudieron desarrollar su capacidad creativa e intelectual gracias a la existencia de ámbitos como el monástico, en los que disfrutaban de la autonomía propia de su lugar en la sociedad y su riqueza.
En Bizancio, en efecto, hubo mujeres muy influyentes en la corte que lo siguieron siendo después de trasladarse a un convento, normalmente fundado por ellas; allí no sólo administraban sus bienes y dirigían la comunidad monástica, sino que utilizaban ese espacio como sede de su mecenazgo, de su apoyo a escritores y filósofos miembros de un círculo vinculado a su mecenas que solía denominarse theatron.