Deka te Basileia: Juego de números

Por María Luisa López-Vidriero

Los números amigos parecen más difíciles de obtener que los perfectos. Cada uno es igual a la suma de los divisores del otro: 220 y 284 o 100. 485 y 125.155, por ejemplo. Si estas parejas de cifras se graban en dos frutas, los amantes que las intercambian y toman, saborean hasta la muerte amor y deseo mutuos. Aunque este uso cabalístico medieval sea supuesto, no debe pasar inadvertida la lección que encierra sobre la responsabilidad del número en nuestras vidas.

Uno o más azares se han debido necesitar para que esta exposición se celebre en este año; uno o más azares que han hecho que, en lo que concierne a las encuadernaciones artísticas contemporáneas con cifra real, todo gravite sobre un número y la inicial de una reina. Diez años han permitido que esa convivencia del tiempo y de las cifras parezca haber obtenido una primera perfección: una década de años, una década de libros encuadernados en clave de regia inicial diez veces disfrazada con esmero. Deka te basileia: diez para la reina.

 Es una práctica extendida, consustancial a todo coleccionismo, diferenciar lo que con afán se va juntando y señalarlo de forma inequívoca. A los libros se les hace vestir trajes heráldicos, cifrados, adornos específicos, cimeras, colores genealógicos. El capricho, el gusto –bueno o malo– del posesor dejan su huella en la frontera de piel que separa y protege y que, en definitiva, anticipa el placer de leer. Es una muestra de afecto a la colección, un medio de convertir el libro en un objeto artístico. Es, también una forma de identificación más ostensible y, por costosa, menos utilizada que el exlibris o la marca de lectura personalizada.

Las encuadernaciones artísticas contemporáneas con la marca real reunidas en esta exposición llevan la cifra de la actual reina de España, Sofía. Son diez.

Obedecen estas encuadernaciones a un propósito determinado, el de dar continuidad a uno de los conjuntos históricos más singulares de la Real Biblioteca, la de encuadernación artística con cifra de reina.

En la Real Biblioteca se conservan los libros que algunas de las reinas e infantas españolas singularizaron con sus diversas marcas de propiedad. Desde un único testimonio de doña Juana, hermana de Felipe II –su ejemplar impreso de la Biblia se conserva en el monasterio de las Descalzas Reales– hasta los numerosos ejemplos de encuadernaciones cifradas de María Luisa de Parma, María Amalia Josefa, Cristina de Borbón, Isabel II, Cristina de Habsburgo o Victoria Eugenia. Los avatares políticos dejaron suelto este cabo en 1931, interrumpiendo una colección rara y, por supuesto, única en nuestro país.

Este fondo original, imprescindible para el estudio de la encuadernación artística española cifrada, volvió a ponerse en marcha en 1992, al hacernos cargo de la Real Biblioteca. Entendimos que interpretar una tradición secular era un compromiso tan ineludible como el mantenerla. A nuestro parecer, se trataba de enlazar sin nostalgias y de rescatar, solo, la intención. Conservar sin conservadurismo. Sostener la exigencia de ser vanguardia para lograr ser un clásico.

En efecto, la colección de encuadernaciones con cifra real muestra que se ha formado sin acatar cortapisas estéticas confundidas con fidelidades al pasado. El paso del tiempo pone de manifiesto que la clave de su vigencia radica en que las piezas que la forman son una expresión coetánea de las tendencias creativas de su época de ejecución. Es ese compromiso lo que ha configurado la colección como un excepcional testimonio de cuatro siglos de producción artística ligatoria española no permitiendo que se llegase a convertir en un armorial nostálgico. Cada encuadernación es representativa hoy porque, en su momento, fue una creación innovadora.

No hubo coto en su concepción y, por eso, las encuadernaciones reflejan con fidelidad y de forma integral, el gusto de cada época. La creatividad ha pasado por la elección del material con el que han sido ejecutadas. Los movimientos artísticos han marcado sus preferencias a la hora de emplear una base de ejecución. En las encuadernaciones con cifra real, por ser objetos deliberadamente singularizados, se ha tenido un especial cuidado en elegir, dentro de los materiales de moda, los de mayor nobleza. La colección es un excepcional terreno de estudio de estas predilecciones, producto del gusto de una época. Apariciones de nuevos materiales, reinterpretaciones de otros en desuso, coexistencias, sustituciones, batallas ganadas por determinados tipos de piel, por diferentes clases de telas. Al analizar la colección, el vacío del Art Decó se hace más evidente y no cabe sino lamentar la ausencia de pieles exóticas –el tiburón o la serpiente–, de nuevos materiales industriales –la baquelita, la pasta de vidrio– que se hubiesen empleado en los intrépidos diseños constructivos de las encuadernaciones.

Seguimos este principio de contemporaneidad al activar la colección. Las nuevas encuadernaciones debían representar, con la mayor libertad, las tendencias estéticas del último decenio del siglo XX para seguir adentrándose resueltamente en el que íbamos a estrenar.

La vocación testimonial de la colección la hace abierta a todas las corrientes bajo un solo requisito: el de la excelencia del artista encuadernador; y una única exigencia por parte de la Real Biblioteca: la inclusión de la cifra de la reina Sofía sobremontada por la corona real. Cifra que, al carecer de un diseño oficial, deja al creador una total libertad de expresión. Las interpretaciones van desde la tradicional, incluida con recato en la contratapa, a la arriesgada incorporación de la cifra en el propio desarrollo de la encuadernación, dominando las tapas.

La elección del tipo de libro que se debía encuadernar no podía deducirse de la colección histórica con la misma claridad. A lo largo de los años, la elección había recaído sobre muchos tipos de impresos y manuscritos. Libros de presentación, álbumes de acuarelas y de fotos... ejemplares importantes que la encuadernación venía a consagrar como objeto diferenciado. Pero también, entre estos, había impresos cualesquiera: coronas poéticas, pregones de fiestas, memorias de sociedades, opúsculos sobre variopintas materias; típicos libros que se arrumban en los depósitos, carne de cajón... Sin embargo algo los había rescatado de un final casi inevitable y singularizados por una encuadernación artística cifrada, habían llegado a ocupar sin complejos las estanterías reales.

Nuestra opción estaba tomada: las encuadernaciones de la reina de España cubrirían un libro impreso sin ostentación, vinculado a su patrocinio cultural y representativo de la creación literaria actual en España e Iberoamérica. La edición del Premio de Poesía Iberoamericana Reina Sofía demostraba, además, el interés que para el desarrollo de la cultura tiene la cooperación institucional. De la Universidad de Salamanca salen los estudios y de sus prensas los libros. Patrimonio Nacional proporciona sus espacios. Ambos dotan económicamente el más importante galardón que distingue anualmente la obra poética mejor en el ámbito iberoamericano. Gonzalo Rojas obtuvo el primer premio. Cinco visiones, publicada en 1992, inauguró la colección Biblioteca de América. A la Universidad de Salamanca le pedimos, únicamente, que hiciese un ejemplar en un papel diferente: un papel ecológico que apelase al compromiso con la naturaleza. Esta sería la concesión que haríamos a los impresos de la nueva colección de encuadernación artística con cifra real.

Los diez premios Reina Sofía de Poesía Iberomaericana los ha barajado un azar determinado. Al menos eso se atisba en una década de entrega. Un sentido en su orden de concesión hace que ésta no haya sido fortuita y determina el que, de alguna manera, poetas y galardones se hallen, también ellos, unidos en el número por una rara poética del amor.

Todo se da cita en el siete. Creación, sabiduría, astronomía, virtud, pecado, santidad durmiente, dolor. La unidad del siete, que lo liga con un doble número trino, fue señalada por Cornelio Agripa quien lo consideró, de entre todas las cifras, la de mayor majestad. El mas clásico de los números encontró a Ángel Valente. Vuelo alto y ligero, séptima edición del Premio.

Paralelas proyecciones de un cuerpo –azogue y luz– repartidas en cifras iguales: cuatro espejos y cuatro sombras, que suman ocho. El número corresponde a Mario Benedetti. En el Delfinado, el ocho de junio se recomienda bajar al jardín y tocar las hortalizas con la escoba para que ningún animal dañino se les acerque.

Nueve inclinaciones se le hacían en China al emperador; también allí se le ha considerado siempre un número sagrado. Durante nueve días ha de dejarse la sortija destinada a la mujer amada en el nido de una golondrina y nueve saltos se han de dar la noche se San Juan para casarse en el año. Esta cifra buscó a un poeta de los Nueve novísimos, antología emblemática de la joven poesía española de los años sesenta. Pere Gimferrer obtuvo el premio en su novena edición.

En el Périgord, el diez de diciembre es un día excesivamente nefasto, sobre todo entre seis y siete de la mañana. Contrapunto interpretativo perfecto de un número que arrostra el peso de la púrpura órfica y pitagórica. Por su lectura popular y anticultural, es la cifra idónea para dignificarlo a los ojos de un antipoeta. Quizá, por este motivo, Nicanor Parra ha sido el elegido con este número a pesar de que con él se señala algo tan convencional y superfluo como ser premiado.

Iguales paralelos pueden hacerse entre artistas encuadernadores y poetas premiados, entre encuadernaciones y obras, ambas creaciones libres que el azar –determinado o no– ha juntado en un libro único.

Por dos años consecutivos recibió un mismo encuadernador el encargo de idear estas creaciones ligatorias. A cada artista elegido se le reitera la voluntad que preside esta colección, ser un depósito nacional de la encuadernación de arte en España en su expresión más vanguardista. No más indicaciones que las ya mencionadas.

Que el tiempo arrope, como una cobertura invisible de horas y de luz, estos afanes y que los siglos juzguen la fortuna de una década de encuadernaciones artísticas que cubrieron palabras y ostentaron cifras, que cerraron un milenio y se asomaron a otro.*

Artículo publicado en Presente y Futuro de la Encuadernación Española (Madrid: AFEDA, 2002, págs.. 57-61) con motivo del X Aniversario del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.